En la entrada anterior, e incluso en la primera entrada, ya
se introdujo en cierta manera, la idea-clave que da sentido al ambicioso título
que lleva el blog.
Todas nuestras apreciaciones sobre el carácter sencillo o
difícil de una lengua, están inevitablemente condicionadas por la experiencia y
conocimiento de nuestra lengua nativa. Nuestra perspectiva a la hora de
dictaminar criterios de facilidad o dificultad, será siempre relativa, tomando
siempre como punto de comparación nuestra primera lengua.
Cuando un español nos dice que las conjugaciones de los
verbos en inglés son más fáciles que las del español, no es que no lleve razón
o sea mentira lo que nos cuenta, sino que su punto de vista a parte de ser
personal (no todos los españoles tienen que pensar eso en concreto), no es
válido para que a partir de esa experiencia, se predique que el inglés es un
idioma en toda su amplitud, más fácil de aprender que el español.
Como se dijo en
la introducción: a un español le parecerá más sencillo aprender portugués o
italiano que alemán, y a un alemán le costará menos esfuerzo aprender
neerlandés que un idioma romance como el italiano, el portugués o el español. Y
esto es algo indiscutible. El asunto consiste en que a partir de esos juicios
no pueden establecerse los siguientes dictámenes: “El portugués es un idioma
fácil de aprender” “El alemán es un idioma dificilísimo”. Estas consideraciones
han sido hechas desde la lengua que se conoce, y por tanto han de relativizarse
a ella.
Además, nos encontramos con dos juicios contradictorios:
para el hablante monolingüe de español, el portugués es más fácil que el
alemán, pero para el hablante monolingüe de alemán, el neerlandés es más
sencillo que cualquiera de las lenguas romances.
Ambos llevan
razón, pero una razón supeditada sólo a su experiencia personal. La dificultad
de las lenguas depende en gran medida de la lengua de la que se parta. Por eso,
una lengua no es ni difícil ni fácil en términos absolutos, sino sólo en
términos relativos, respecto de otra u otras lenguas que sirven de partida.
Por otro lado,
como ya se ha dicho prácticamente en la anterior entrada. El aprendizaje de una
segunda lengua en la época adulta no es una tarea natural como la adquisición
de la primera lengua en la infancia. Se trata de un esfuerzo consciente y
constante frente a una adquisición innata. Es fundamental estar bien motivados
y con energía porque el aprendizaje de una segunda lengua siempre será costoso.
Por eso, no vale tachar al idioma de dificultoso o imposible cuando lo que está
impidiendo la tarea es una mala actitud hacia él: indisciplina, aversión,
desinterés…
Tampoco vale decir, es una manipulación, que un idioma está
más extendido que los demás porque hay algo en la estructura de ese idioma que
lo hace más sencillo de adquirir. El lingüista G. Salvador afirmó en 1989 que
el español es de entre las lenguas de intercambio y cultura, la que ofrece
mayores facilidades para el aprendizaje, señalando como causa, un sistema
fonológico sencillo con sólo cinco fonemas vocálicos y de diecinueve
consonánticos.
La facilidad de
aprendizaje de un segundo idioma, como ya se ha dicho, no radica en una
propiedad intrínseca a su estructura lingüística que lo haga más fácil de
adquirir, sino que depende de la lengua primera desde la que se realice dicho
aprendizaje, además tampoco sucede que una determinada lengua sea más fácil de
adquirir para un niño: todos los niños aprenden su lengua con la misma
facilidad.
Decir que las cinco vocales y las diecinueve consonantes es
una propiedad que favorece al español es una manipulación. Una lengua se ve
favorecida si la comunidad que la habla se ve favorecida. Para demostrarlo sólo
hay que echar un vistazo a la estructura fónica del griego moderno. Esta lengua
tiene exactamente nuestras cinco vocales y prácticamente las mismas consonantes
que el español, diecinueve también. Así que la facilidad supuesta al español
también habría de suponérsela al griego, siendo justos con el criterio de
facilidad aplicado.
Además estamos
ante una lengua mucho más antigua que la nuestra y depositaria de una cultura
de la que somos deudos, razones más que suficientes para hacernos la siguiente
pregunta ¿Por qué no goza, entonces, de una situación más privilegiada?
Tengamos en cuenta los datos: el griego cuenta con doce millones de hablantes
frente a los trescientos treinta y dos millones del español. La respuesta se
halla en las circunstancias históricas, políticas, sociales y económicas; los
griegos no han colonizado América. Esto es lo que hace que un idioma no se
convierta en lengua de comunicación internacional y supranacional, y que no
cuente con suficientes apoyos internacionales, ni siquiera de aquellos que son
deudores más directos de su milenaria cultura.
Intentar justificar una posición privilegiada de una lengua
a través de criterios lingüísticos está fuera de lugar. Siguiendo el mismo criterio fonológico
puede darse la situación contraria. Hemos visto como el griego que tiene una
facilidad de aprendizaje equiparable al español se encuentro en una situación,
claramente, menos favorecida que el español. Ahora bien, una lengua al parecer
más complicada fonológicamente como el inglés (seis vocales y veintiún
consonantes), ¡se encuentra en la situación más privilegiada del mundo! ¡es la
lengua internacional por excelencia! Son las circunstancias históricas y el
poder económico y político los factores decisivos.
Pasemos ahora a
la comparación entre dos idiomas muy alejados entre sí. Son el español y
el vasco que aunque se encuentren cercanos geográficamente, son dos idiomas de
filiciación genética diferente.
El euskera, de entre los idiomas que se
encuentran alrededor del español, es el único que no pertenece a la gran
familia indoeuropea, de hecho no se sabe de donde proviene.
Esa lejanía
tipológica provoca la impresión de que el euskera es un idioma difícil de
aprender. Esta errónea impresión tiene su raíz en la primera gramática del
euskera, que llevaba por título: El imposible vencido, arte de la lengua
bascongada (1729).
El problema del euskera a la hora de confeccionar gramáticas
proviene, como ocurre en todas las demás lenguas indoeuropeas, de los
instrumentos de análisis gramatical que se utilizan en occidente. Éstos
proceden de la tradición grecolatina, por lo que fueron concebidos para
describir y estudiar las lenguas indoeuropeas.
Cuando se
intentan aplicar esos conceptos analíticos a las lenguas que presentan una
hechura diferente, surgirán problemas y ocurre, que en vez de pensar que el
sistema gramatical utilizado, se hará responsable y culpable a la propia lengua
analizada bajo esos parámetros inapropiados. Y de ahí que a la lengua se la
tache de difícil, complicada, irregular, poco útil o de imposible
sistematización.
La tradición
gramatical grecolatina no ha ser el punto de llegada, sino de partida. El
gramático no ha de estudiar la lengua para ver cómo se puede justificar esa
tradición, sino que debe partir de lo que dice esa tradición para mejorarla,
ampliarla, corregirla o profundizar en ella, según sea el objeto de estudio; es
decir, según sea la lengua que se quiera describir. Pongamos un ejemplo:
El latín tenía
una voz pasiva sintética: amo significa ‘amo’ y amor ‘soy amado’, y eso hizo
reconocer a los gramáticos una voz igualmente pasiva en español, es decir una
conjugación pasiva. Pero el español forma la pasiva mediante una perífrasis y
no mediante una forma verbal sintética.
Hoy en día están los que se decantan a favor de la
existencia de dicha voz pasiva y otros que la niegan, como es el caso de
Hernández Alonso, que en su Gramática Española dice lo siguiente:
“No existe
realmente una conjugación pasiva, y no creemos conveniente, metodológicamente
hablando, ni plantearla ni enseñarla en ninguna metodología ni nivel de
enseñanza”.
En la misma
línea se encuentran las siguientes palabras de F. Marcos Martín, F. Javier Satorre y Mª Luisa Viejo:
“El verbo
español carece de una conjugación pasiva, como tenían los verbos latino o
griego”.
Pero además,
seguimos obviando aspectos de nuestra gramática. Existe en español una voz
causativa, que se expresa también mediante una perífrasis con el verbo hacer.
Por ejemplo, hacer amar sería la voz causativa de amar.
Los gramáticos
no han hablado de esta voz causativa porque no la reconocieron en el latín, ya
que en ambos idiomas, español y latín, de querer expresarla habría que hacerlo
mediante una perífrais y no una forma sintética.
Por otro lado, ésto no quita que no existan lenguas con una
forma causativa sintética similar a la forma pasiva sintética del latín amor;
ya que el húngaro, el turco y el propio vasco apuestan por ella.
El apego a una
tradición gramatical puede impedir ver aspectos gramáticos que en dicha tradición no se percibieron.
Pero dije que ofrecería una comparación entre el euskera y
el español. La comparación está sacada, cómo no, del libro de Moreno Cabrera
“La dignidad e igualdad de las lenguas”, concretamente del capítulo dedicado a
la inexistencia de lenguas fáciles o difíciles.
Una de las
causas que ha hecho ver al vasco como una lengua de gran complejidad es su
verbo. El verbo vasco se conjuga para persona, tiempo y número. Una novedad que
parece hacerlo diferente a las lenguas de su entorno es que las formas verbales
no sólo incluyen una indicación de la persona y número del agente, sino también
los del paciente y los del receptor. Veamos:
-d-akarki-o-t: Se lo traigo a él.
-d-akarki-e-t: Se lo traigo a ellos.
-d-akarki-o-gu: Se lo traemos a él.
-d-akarki-e-gu: Se lo traemos a ellos.
-d-akarki-o-zu: Se lo trae usted a él.
-d-akarki-e-zu: Se lo trae usted a ellos.
-d-akarki-o-te: Se lo traen a él.
-d-akarki-e-te: Se lo traen a ellos.
La d- Inicial señala el paciente de tercera persona del
singular,la
o/e de en medio indica el receptor de la tercera persona singular y plural,
respectivamente, la t final de las dos primeras formas indica el agente de
primera persona del singular, la gu final de las dos formas siguientes señala
el agente de primera persona del plural y zu/te indican respectivamente el
agente de segunda de plural (utilizado para usted) y de tercera de plural.
En una primera lectura y sin tener conocimientos previos
sobre el vasco, nos entrarán ganas de huir. Pero este procedimiento ocurre con una regularidad
matemática en decenas de formas verbales euskeras. Aprender de memoria decenas de formas verbales sería una
tarea estresante pero también del todo inútil. Habría de seguir solamente las pautas
puestas arriba y algunas más.
El caso es que
la diferencia en comparación con el español, no es abismal, sino que guarda
cierta semejanza. Prestemos atención a algunas formas del imperativo del verbo
traer:
Tráemelo,
tráemelos, tráenoslo, tráenoslos, tráetelo, tráetelos, tráeselo, tráeselos,
traédmelo, traédmelos, traédnoslos.
Y modificando la ortografía del español,
podemos conjugar el verbo traer de la siguiente manera:
Melotrae, telotrae, selotrae, noslotrae, noslostrae,
oslotrae, oslostrae...
Que en la
ortografía estándar del español se escriba se lo trae y no selotrae es una pura
convención, dado que estas expresiones se pronuncian como una única palabra,
igual que el vasco dakarkiozu.
Si alguien deseara aprender nuestro idioma y al abrir una
gramática del mismo se encontrara listas de cientos de formas posibles obtenidas de un sólo verbo como traer: selostrajera, noslostraía, oslostraeremos,
melostraerá, telostraeremos, selostraeríamos… QUEDARÍA ESPANTADA.
Pero pasemos
ahora a una demostración científica:
El lingüista norteamericano J. Greenberg propuso en 1954 un
método para cuantificar las diferencias entre los sistemas morfológicos de las
lenguas. Sometamos al español y
vasco a esta prueba.
El método de
comparación estadística de la morfología es el siguiente. Se selecciona un
texto breve de las lenguas que se van a comparar y se calculan diez índices
morfológicos del siguiente modo:
El índice de sintaxis (S) se obtiene dividiendo el número de
morfemas (M) por el número de palabras (P): M/P. Si hay tantas palabras como
unidades significativas mínimas (morfemas) en el texto, tendremos un índice 1 y
la lengua no será sintética, será analítica. Si cada palabra tiene dos de esas
unidades significativas: por ejemplo en español niño, tenemos niñ que indica
‘persona no adulta’ y o, que indica, ‘maculino’ (frente a niña), tendremos un
valor de 2 y la lengua será menos analítica y más sintética. Conforme vaya
aumentando el valor, la lengua se hará cada vez más sintética y menos
analítica.
El índice de
aglutinación (A) se obtiene dividiendo el número de fronteras dentro de una
palabra entre las unidades significativas mínimas (morfemas) y el de uniones
totales de esas unidades significativas: A/J. Por ejemplo, en niñ-o-s. Tenemos
dos fronteras entre unidades mínimas dentro de la palabra: la que separa niñ
del indicador masculino o y la que separa éste del indicador de plural s. Sin
embargo, en viv-o la terminación o expresa diversas unidades significativas:
persona, número, tiempo, sin que exista frontera alguna entre ellas. Una lengua
con un valor de 1 en este índice es una lengua aglutinante perfecta, ya que
todas las uniones de unidades significativas mínimas están delimitadas
precisamente.
El índice de
composición (C) se obtiene dividiendo el número de raíces por el número de
palabras (R/P). Si la lengua tiene un valor 1, significa que no presenta en el
texto palabras compuestas. Todo valor mayor que ese, indica que en el texto se
han encontrado palabras que constan de más de una raíz, como por ejemplo, sacacorchos.
El índice de derivación (D) se obtiene dividiendo los
marcadores de derivación de palabras por el número de palabras (D/P). Por
ejemplo, el prefijo español des es un marcador de derivación, que sirve para
obtener el verbo deshacer a partir del verbo hacer. Una lengua será
derivativamente muy rica si presenta dos o más marcadores de derivación por
palabra. Si tiene dos por palabra el valor del índice sería 2.
El índice de flexión (F) se obtiene dividiendo el número de
marcadores que señalan la función de una oración en la frase por el número de
palabras (F/P). Por ejemplo; en Pedro vio a Juan, la función de objeto directo
del nombre propio Juan se marca mediante la preposición y la de sujeto no se
marca de ninguna manera. Por tanto, para esta oración tenemos 1/2= 0,5.
Los índices de
prefijación (Pr) y sufijación (Sj) se obtienen respectivamente dividiendo el
número de prefijos por el número de palabras (Pr/P) y el de sufijos por el
número de palabras (Sj/P).
El índice de
aislamiento (AI) se obtiene dividiendo el número de relaciones sintácticas que
se expresan mediante el orden de palabras por el total de relaciones
sintácticas (O/N). En el caso de Pedro ve a Juan tenemos dos relaciones
sintácticas: sujeto y objeto, y ninguna de las dos se expresa mediante el orden
de palabras, ya que podemos decir ve Pedro a Juan o a Juan ve Pedro, luego en
este caso tenemos 0/2= 0. Tenemos un índice 0 de aislamiento.
El índice de
flexión pura (FP) se obtiene dividiendo el número de relaciones gramaticales no
marcadas por concordancia por el número de relaciones gramaticales (FP/R). Así
en Los niños leen el cuento, la relación de sujeto está señalada mediante la
concordancia verbal y la de objeto no. Por tanto, tenemos 1/2= 0,5 como índice
de flexión pura para esta oración.
Por último tenemos el índice de
concordancia (CN) que se obtiene dividiendo el número de relaciones gramaticales
marcadas por concordancia por el número total de relaciones (C/R). Si aplicamos
este índice a la oración del español con la que hemos ejemplificado el índice
anterior, obtendremos de nuevo 0,5.
Sometiendo este
método a textos de los idiomas que nos interesan; español y euskera,
obtendríamos los datos siguientes:
Índice
Euskera
Español
S 2,06 1,69
A 0,63 0,08
C 1,07
1,04
D 0,08 0,18
F 0,89 0,37
Pr 0,20 0,05
Sj 0,82 0,53
AI 0,53 0,61
FP 0,36 0,16
CN 0,10 0,23
Y la evaluación
de las cifras obtenidas nos daría como resultado la siguiente tabla:
Índice
Euskera Español
S
MEDIO
BAJO
A
ALTO
MUY BAJO
C
BAJO MUY
BAJO
D
MUY BAJO
BAJO
F
ALTO
BAJO
Pr MEDIO
MUY BAJO
Sj
ALTO
MEDIO
AI
ALTO
MUY ALTO
FP
ALTO
BAJO
CN
MUY BAJO
MEDIO
Se ha obtenido una estimación de los valores de una parte de
la morfología del vasco y del español, que es absolutamente objetiva; fuera de
juicios impresionistas y personales.
Imaginemos que
adoptamos como medidor de facilidad/dificultad el siguiente criterio: las
lenguas poco sintéticas, poco aglutinantes, poco flexivas, en las que
predominen los sufijos y que no tengan concordancia ni indiquen mediante el
orden de palabras las relaciones gramaticales son más fáciles que las que no
tienen estas características. Según este criterio, el español sería más fácil
que el vasco respecto de los índices S, A, F, Pr, FP, pero es más difícil que
el euskera respecto de los índices C, D, Sj, CN, AI.
También
podríamos haber adoptado arbitrariamente como criterio que las lenguas muy
sintéticas y aglutinantes son más fáciles que las muy sintéticas y poco
aglutinantes.
Pero es fácil
caer en la cuenta de que según los criterios que adoptemos como punto de
partida obtendremos unos resultados diferentes, dado que las dos lenguas no se
polarizan del mismo modo respecto de cada índice.
Cualquier criterio que adoptásemos estaría condenado a la
relatividad, cada uno de ellos incrementaría la complejidad en unos ámbitos y
la simplicidad en otros. Cada nueva combinación daría como resultado una
valoración diferente de la dificultad del vasco respecto de la del español.
La enseñanza de todo esto está en que no se puede fijar de
modo absoluto la facilidad o dificultad de una lengua, ya que todas las lenguas tienen una complejidad
global muy similar. La facilidad en un determinado ámbito de la lengua
pertinente implica la complejidad en otro ámbito. Todas las lenguas naturales del
mundo presentan el equilibrio justo entre sus componentes para poder ser aprendibles
por los seres humanos.