jueves, 30 de mayo de 2013

Retorno al título.


En la entrada anterior, e incluso en la primera entrada, ya se introdujo en cierta manera, la idea-clave que da sentido al ambicioso título que lleva el blog.

Todas nuestras apreciaciones sobre el carácter sencillo o difícil de una lengua, están inevitablemente condicionadas por la experiencia y conocimiento de nuestra lengua nativa. Nuestra perspectiva a la hora de dictaminar criterios de facilidad o dificultad, será siempre relativa, tomando siempre como punto de comparación nuestra primera lengua.

Cuando un español nos dice que las conjugaciones de los verbos en inglés son más fáciles que las del español, no es que no lleve razón o sea mentira lo que nos cuenta, sino que su punto de vista a parte de ser personal (no todos los españoles tienen que pensar eso en concreto), no es válido para que a partir de esa experiencia, se predique que el inglés es un idioma en toda su amplitud, más fácil de aprender que el español.
  
 Como se dijo en la introducción: a un español le parecerá más sencillo aprender portugués o italiano que alemán, y a un alemán le costará menos esfuerzo aprender neerlandés que un idioma romance como el italiano, el portugués o el español. Y esto es algo indiscutible. El asunto consiste en que a partir de esos juicios no pueden establecerse los siguientes dictámenes: “El portugués es un idioma fácil de aprender” “El alemán es un idioma dificilísimo”. Estas consideraciones han sido hechas desde la lengua que se conoce, y por tanto han de relativizarse a ella. 

Además, nos encontramos con dos juicios contradictorios: para el hablante monolingüe de español, el portugués es más fácil que el alemán, pero para el hablante monolingüe de alemán, el neerlandés es más sencillo que cualquiera de las lenguas romances.
 Ambos llevan razón, pero una razón supeditada sólo a su experiencia personal. La dificultad de las lenguas depende en gran medida de la lengua de la que se parta. Por eso, una lengua no es ni difícil ni fácil en términos absolutos, sino sólo en términos relativos, respecto de otra u otras lenguas que sirven de partida. 

 Por otro lado, como ya se ha dicho prácticamente en la anterior entrada. El aprendizaje de una segunda lengua en la época adulta no es una tarea natural como la adquisición de la primera lengua en la infancia. Se trata de un esfuerzo consciente y constante frente a una adquisición innata. Es fundamental estar bien motivados y con energía porque el aprendizaje de una segunda lengua siempre será costoso. Por eso, no vale tachar al idioma de dificultoso o imposible cuando lo que está impidiendo la tarea es una mala actitud hacia él: indisciplina, aversión, desinterés…

Tampoco vale decir, es una manipulación, que un idioma está más extendido que los demás porque hay algo en la estructura de ese idioma que lo hace más sencillo de adquirir. El lingüista G. Salvador afirmó en 1989 que el español es de entre las lenguas de intercambio y cultura, la que ofrece mayores facilidades para el aprendizaje, señalando como causa, un sistema fonológico sencillo con sólo cinco fonemas vocálicos y de diecinueve consonánticos. 

 La facilidad de aprendizaje de un segundo idioma, como ya se ha dicho, no radica en una propiedad intrínseca a su estructura lingüística que lo haga más fácil de adquirir, sino que depende de la lengua primera desde la que se realice dicho aprendizaje, además tampoco sucede que una determinada lengua sea más fácil de adquirir para un niño: todos los niños aprenden su lengua con la misma facilidad.   
Decir que las cinco vocales y las diecinueve consonantes es una propiedad que favorece al español es una manipulación. Una lengua se ve favorecida si la comunidad que la habla se ve favorecida. Para demostrarlo sólo hay que echar un vistazo a la estructura fónica del griego moderno. Esta lengua tiene exactamente nuestras cinco vocales y prácticamente las mismas consonantes que el español, diecinueve también. Así que la facilidad supuesta al español también habría de suponérsela al griego, siendo justos con el criterio de facilidad aplicado.

 Además estamos ante una lengua mucho más antigua que la nuestra y depositaria de una cultura de la que somos deudos, razones más que suficientes para hacernos la siguiente pregunta ¿Por qué no goza, entonces, de una situación más privilegiada? Tengamos en cuenta los datos: el griego cuenta con doce millones de hablantes frente a los trescientos treinta y dos millones del español. La respuesta se halla en las circunstancias históricas, políticas, sociales y económicas; los griegos no han colonizado América. Esto es lo que hace que un idioma no se convierta en lengua de comunicación internacional y supranacional, y que no cuente con suficientes apoyos internacionales, ni siquiera de aquellos que son deudores más directos de su milenaria cultura.

Intentar justificar una posición privilegiada de una lengua a través de criterios lingüísticos está fuera de lugar.  Siguiendo el mismo criterio fonológico puede darse la situación contraria. Hemos visto como el griego que tiene una facilidad de aprendizaje equiparable al español se encuentro en una situación, claramente, menos favorecida que el español. Ahora bien, una lengua al parecer más complicada fonológicamente como el inglés (seis vocales y veintiún consonantes), ¡se encuentra en la situación más privilegiada del mundo! ¡es la lengua internacional por excelencia! Son las circunstancias históricas y el poder económico y político los factores decisivos.

 Pasemos ahora a la comparación entre dos idiomas muy alejados entre sí. Son el español y el vasco que aunque se encuentren cercanos geográficamente, son dos idiomas de filiciación genética diferente. 
El euskera, de entre los idiomas que se encuentran alrededor del español, es el único que no pertenece a la gran familia indoeuropea, de hecho no se sabe de donde proviene. 
Esa lejanía tipológica provoca la impresión de que el euskera es un idioma difícil de aprender. Esta errónea impresión tiene su raíz en la primera gramática del euskera, que llevaba por título: El imposible vencido, arte de la lengua bascongada (1729).

El problema del euskera a la hora de confeccionar gramáticas proviene, como ocurre en todas las demás lenguas indoeuropeas, de los instrumentos de análisis gramatical que se utilizan en occidente. Éstos proceden de la tradición grecolatina, por lo que fueron concebidos para describir y estudiar las lenguas indoeuropeas.

 Cuando se intentan aplicar esos conceptos analíticos a las lenguas que presentan una hechura diferente, surgirán problemas y ocurre, que en vez de pensar que el sistema gramatical utilizado, se hará responsable y culpable a la propia lengua analizada bajo esos parámetros inapropiados. Y de ahí que a la lengua se la tache de difícil, complicada, irregular, poco útil o de imposible sistematización.

 La tradición gramatical grecolatina no ha ser el punto de llegada, sino de partida. El gramático no ha de estudiar la lengua para ver cómo se puede justificar esa tradición, sino que debe partir de lo que dice esa tradición para mejorarla, ampliarla, corregirla o profundizar en ella, según sea el objeto de estudio; es decir, según sea la lengua que se quiera describir. Pongamos un ejemplo:

 El latín tenía una voz pasiva sintética: amo significa ‘amo’ y amor ‘soy amado’, y eso hizo reconocer a los gramáticos una voz igualmente pasiva en español, es decir una conjugación pasiva. Pero el español forma la pasiva mediante una perífrasis y no mediante una forma verbal sintética.
Hoy en día están los que se decantan a favor de la existencia de dicha voz pasiva y otros que la niegan, como es el caso de Hernández Alonso, que en su Gramática Española dice lo siguiente:

 “No existe realmente una conjugación pasiva, y no creemos conveniente, metodológicamente hablando, ni plantearla ni enseñarla en ninguna metodología ni nivel de enseñanza”.

 En la misma línea se encuentran las siguientes palabras de  F. Marcos Martín, F. Javier Satorre y Mª Luisa Viejo:

 “El verbo español carece de una conjugación pasiva, como tenían los verbos latino o griego”.

 Pero además, seguimos obviando aspectos de nuestra gramática. Existe en español una voz causativa, que se expresa también mediante una perífrasis con el verbo hacer. Por ejemplo, hacer amar sería la voz causativa de amar.
Los gramáticos no han hablado de esta voz causativa porque no la reconocieron en el latín, ya que en ambos idiomas, español y latín, de querer expresarla habría que hacerlo mediante una perífrais y no una forma sintética.

Por otro lado, ésto no quita que no existan lenguas con una forma causativa sintética similar a la forma pasiva sintética del latín amor; ya que el húngaro, el turco y el propio vasco apuestan por ella.

El apego a una tradición gramatical puede impedir ver aspectos gramáticos que en dicha tradición no se percibieron.
   
Pero dije que ofrecería una comparación entre el euskera y el español. La comparación está sacada, cómo no, del libro de Moreno Cabrera “La dignidad e igualdad de las lenguas”, concretamente del capítulo dedicado a la inexistencia de lenguas fáciles o difíciles.

 Una de las causas que ha hecho ver al vasco como una lengua de gran complejidad es su verbo. El verbo vasco se conjuga para persona, tiempo y número. Una novedad que parece hacerlo diferente a las lenguas de su entorno es que las formas verbales no sólo incluyen una indicación de la persona y número del agente, sino también los del paciente y los del receptor. Veamos:

-d-akarki-o-t: Se lo traigo a él.
-d-akarki-e-t: Se lo traigo a ellos.
-d-akarki-o-gu: Se lo traemos a él.
-d-akarki-e-gu: Se lo traemos a ellos.
-d-akarki-o-zu: Se lo trae usted a él.
-d-akarki-e-zu: Se lo trae usted a ellos.
-d-akarki-o-te: Se lo traen a él.
-d-akarki-e-te: Se lo traen a ellos.

La d- Inicial señala el paciente de tercera persona del singular,la o/e de en medio indica el receptor de la tercera persona singular y plural, respectivamente, la t final de las dos primeras formas indica el agente de primera persona del singular, la gu final de las dos formas siguientes señala el agente de primera persona del plural y zu/te indican respectivamente el agente de segunda de plural (utilizado para usted) y de tercera de plural. 

En una primera lectura y sin tener conocimientos previos sobre el vasco, nos entrarán ganas de huir. Pero este procedimiento ocurre con una regularidad matemática en decenas de formas verbales euskeras. Aprender de memoria decenas de formas verbales sería una tarea estresante pero también del todo inútil. Habría de seguir solamente las pautas puestas arriba y algunas más.

 El caso es que la diferencia en comparación con el español, no es abismal, sino que guarda cierta semejanza. Prestemos atención a algunas formas del imperativo del verbo traer:
Tráemelo, tráemelos, tráenoslo, tráenoslos, tráetelo, tráetelos, tráeselo, tráeselos, traédmelo, traédmelos, traédnoslos.

 Y  modificando la ortografía del español, podemos conjugar el verbo traer de la siguiente manera:
Melotrae, telotrae, selotrae, noslotrae, noslostrae, oslotrae, oslostrae...

 Que en la ortografía estándar del español se escriba se lo trae y no selotrae es una pura convención, dado que estas expresiones se pronuncian como una única palabra, igual que el vasco dakarkiozu.

Si alguien deseara aprender nuestro idioma y al abrir una gramática del mismo se encontrara listas de cientos de formas posibles obtenidas de un sólo verbo como traer: selostrajera, noslostraía, oslostraeremos, melostraerá, telostraeremos, selostraeríamos…  QUEDARÍA ESPANTADA.

Pero pasemos ahora a una demostración científica:
El lingüista norteamericano J. Greenberg propuso en 1954 un método para cuantificar las diferencias entre los sistemas morfológicos de las lenguas.  Sometamos al español y vasco a esta prueba.

 El método de comparación estadística de la morfología es el siguiente. Se selecciona un texto breve de las lenguas que se van a comparar y se calculan diez índices morfológicos del siguiente modo:

El índice de sintaxis (S) se obtiene dividiendo el número de morfemas (M) por el número de palabras (P): M/P. Si hay tantas palabras como unidades significativas mínimas (morfemas) en el texto, tendremos un índice 1 y la lengua no será sintética, será analítica. Si cada palabra tiene dos de esas unidades significativas: por ejemplo en español niño, tenemos niñ que indica ‘persona no adulta’ y o, que indica, ‘maculino’ (frente a niña), tendremos un valor de 2 y la lengua será menos analítica y más sintética. Conforme vaya aumentando el valor, la lengua se hará cada vez más sintética y menos analítica.

 El índice de aglutinación (A) se obtiene dividiendo el número de fronteras dentro de una palabra entre las unidades significativas mínimas (morfemas) y el de uniones totales de esas unidades significativas: A/J. Por ejemplo, en niñ-o-s. Tenemos dos fronteras entre unidades mínimas dentro de la palabra: la que separa niñ del indicador masculino o y la que separa éste del indicador de plural s. Sin embargo, en viv-o la terminación o expresa diversas unidades significativas: persona, número, tiempo, sin que exista frontera alguna entre ellas. Una lengua con un valor de 1 en este índice es una lengua aglutinante perfecta, ya que todas las uniones de unidades significativas mínimas están delimitadas precisamente.

 El índice de composición (C) se obtiene dividiendo el número de raíces por el número de palabras (R/P). Si la lengua tiene un valor 1, significa que no presenta en el texto palabras compuestas. Todo valor mayor que ese, indica que en el texto se han encontrado palabras que constan de más de una raíz, como por ejemplo, sacacorchos.

El índice de derivación (D) se obtiene dividiendo los marcadores de derivación de palabras por el número de palabras (D/P). Por ejemplo, el prefijo español des es un marcador de derivación, que sirve para obtener el verbo deshacer a partir del verbo hacer. Una lengua será derivativamente muy rica si presenta dos o más marcadores de derivación por palabra. Si tiene dos por palabra el valor del índice sería 2.

El índice de flexión (F) se obtiene dividiendo el número de marcadores que señalan la función de una oración en la frase por el número de palabras (F/P). Por ejemplo; en Pedro vio a Juan, la función de objeto directo del nombre propio Juan se marca mediante la preposición y la de sujeto no se marca de ninguna manera. Por tanto, para esta oración tenemos 1/2= 0,5.

 Los índices de prefijación (Pr) y sufijación (Sj) se obtienen respectivamente dividiendo el número de prefijos por el número de palabras (Pr/P) y el de sufijos por el número de palabras (Sj/P).

 El índice de aislamiento (AI) se obtiene dividiendo el número de relaciones sintácticas que se expresan mediante el orden de palabras por el total de relaciones sintácticas (O/N). En el caso de Pedro ve a Juan tenemos dos relaciones sintácticas: sujeto y objeto, y ninguna de las dos se expresa mediante el orden de palabras, ya que podemos decir ve Pedro a Juan o a Juan ve Pedro, luego en este caso tenemos 0/2= 0. Tenemos un índice 0 de aislamiento. 

 El índice de flexión pura (FP) se obtiene dividiendo el número de relaciones gramaticales no marcadas por concordancia por el número de relaciones gramaticales (FP/R). Así en Los niños leen el cuento, la relación de sujeto está señalada mediante la concordancia verbal y la de objeto no. Por tanto, tenemos 1/2= 0,5 como índice de flexión pura para esta oración.

Por último tenemos el índice de concordancia (CN) que se obtiene dividiendo el número de relaciones gramaticales marcadas por concordancia por el número total de relaciones (C/R). Si aplicamos este índice a la oración del español con la que hemos ejemplificado el índice anterior, obtendremos de nuevo 0,5.

 Sometiendo este método a textos de los idiomas que nos interesan; español y euskera, obtendríamos los datos siguientes:
  
Índice                     Euskera                    Español
 S                            2,06                           1,69
 A                            0,63                           0,08
 C                            1,07                           1,04         
 D                            0,08                           0,18                            
 F                            0,89                           0,37
 Pr                           0,20                           0,05
 Sj                           0,82                           0,53
 AI                           0,53                           0,61
 FP                          0,36                           0,16
 CN                          0,10                           0,23

 Y la evaluación de las cifras obtenidas nos daría como resultado la siguiente tabla:  


Índice                             Euskera                               Español
 S                                        MEDIO                                 BAJO
 A                                         ALTO                                  MUY BAJO
 C                                          BAJO                                   MUY BAJO
 D                                        MUY BAJO                           BAJO
 F                                          ALTO                                    BAJO
Pr                                         MEDIO                                  MUY BAJO
Sj                                           ALTO                                    MEDIO
AI                                           ALTO                                    MUY ALTO
FP                                           ALTO                                    BAJO
CN                                          MUY BAJO                            MEDIO



Se ha obtenido una estimación de los valores de una parte de la morfología del vasco y del español, que es absolutamente objetiva; fuera de juicios impresionistas y personales.
 Imaginemos que adoptamos como medidor de facilidad/dificultad el siguiente criterio: las lenguas poco sintéticas, poco aglutinantes, poco flexivas, en las que predominen los sufijos y que no tengan concordancia ni indiquen mediante el orden de palabras las relaciones gramaticales son más fáciles que las que no tienen estas características. Según este criterio, el español sería más fácil que el vasco respecto de los índices S, A, F, Pr, FP, pero es más difícil que el euskera respecto de los índices C, D, Sj, CN, AI.

 También podríamos haber adoptado arbitrariamente como criterio que las lenguas muy sintéticas y aglutinantes son más fáciles que las muy sintéticas y poco aglutinantes.
 Pero es fácil caer en la cuenta de que según los criterios que adoptemos como punto de partida obtendremos unos resultados diferentes, dado que las dos lenguas no se polarizan del mismo modo respecto de cada índice.

Cualquier criterio que adoptásemos estaría condenado a la relatividad, cada uno de ellos incrementaría la complejidad en unos ámbitos y la simplicidad en otros. Cada nueva combinación daría como resultado una valoración diferente de la dificultad del vasco respecto de la del español.

La enseñanza de todo esto está en que no se puede fijar de modo absoluto la facilidad o dificultad de una lengua, ya que  todas las lenguas tienen una complejidad global muy similar. La facilidad en un determinado ámbito de la lengua pertinente implica la complejidad en otro ámbito. Todas las lenguas naturales del mundo presentan el equilibrio justo entre sus componentes para poder ser aprendibles por los seres humanos.

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