Según J. Greenberg hay tres modos
fundamentales para clasificar las lenguas del mundo: la genética, la
tipológica y la territorial.
Esta entrada estará dedicada a la
primera de ellas, por parecerme la más representativa y necesaria de
conocer en un primer acercamiento a la taxonomía lingüística.
la clasificación genética tiene por
base la evolución de las lenguas. Con el paso del tiempo las lenguas
van cambiando y diversificándose: una lengua puede realizarse en
diferentes modos denominados dialectos, que a su vez pueden ir
evolucionando hasta convertirse en lenguas totalmente independientes.
Para la empresa de esta disciplina es
imprescindible el conocimiento del desarrollo histórico de las
lenguas; por lo que la clasificación se realizará por medio de los
grupos que hayan ido surgiendo a partir de un conjunto de dialectos o
lengua anterior.
Como ejemplo cercano, tenemos el latín
hablado en Hispania, que originó lenguas como el catalán, español
o gallego.
En Italia el latín originó el
italiano, y en las Galias dio lugar al provenzal y al franciano, del
que deriva el francés actual. Las lenguas romances conforman una
familia que proviene de una lengua o conjunto de dialectos que se han
denominado latín vulgar.
Otras familias que no nos resultarán
tan cercanas son las siguientes:
-Familia eslava, integradas por
idiomas como: el ruso (Rusia), polaco (Polonia), ucraniano (Ucrania),
bielorruso (Bielorrusia), servio (Serbia), croata (Croacia), esloveno
(Eslovenia), búlgaro (Bulgaria), macedonio (Macedonia), checo
(República checa) y eslovaco (República Eslovaca).
-Familia túrcica: turco (Turquía),
acerí (Azerbaiyán), uzbeco (Uzbekistán), cazajo (Kazajistán),
turcomano (Turkmenistán), caracalpaco (Karakalpakia), uiguro
(China), tártaro (Tartaria), basquiro (Basquiria), cumico
(Daguestán), gagauso (Ucrania, Moldavia), chuvaco (Chuvachia).
-Familia bantú: lingala (Zaire,
Congo), congo (Zaire, Congo, Angola), herero (Angola, Namibia),
suahelí (Tanzania, Kenya, Uganda, Ruanda, Burundi, Zaire), luganda
(Uganda), quicuyú (Kenya), ruanda (Rwanda), macua (Tanzania,
Mozambique), soto (Lesotho), suací (Suazilandia), josa (Suráfrica),
zulú (Suráfrica).
-Familia malayo-polinesia: tagalo
(Filipinas), capampango (Luzón), ilocano (Luzón, Mindanao), cebuano
(Cebú, Zamboanga), hiligainón (Filipinas), macasarés (Célebes),
buguinés (Célebes), minancabáu (Sumatra), malayo (Malasia),
indonesio (Indonesia), achenés (Sumatra), samoano (Samoa), tahitiano
(Tahití), maorí (Nueva Zelanda), havayano (Hawaii), malgache
(Madagascar).
-Familia yuto-azteca: Hopí (EEUU:
Arizona), tepehuano (México: Chihuahua, Durango, Sonora y Jalisco),
tarahumara (México: misma zona que el idioma anterior), huichol
(México: Jalisco, Durango, Puebla, Coahuila), nahua (México:
Veracruz, Puebla, Hidalgo y Guerrero).
Las familias anteriores pertenecen a
tres grupos genéticos de tres continentes diferentes.
En cuanto a la primera, la eslava, se baraja la
hipótesis de que las lenguas que la conforman, provengan de una
lengua o grupo de dialectos antiguos que se suele denominar eslavo
común o protoeslavo, del que no se conserva ningún testimonio
escrito.
En Asia hallamos las lenguas túrcicas
que se insertan dentro de la familia altaica, unas de las familias
más extendidas del contienente. En África se ubica la familia bantú,
en Oceanía la malayo-polinesia (la dominante respecto a su número
de hablantes) y en América la yuto-azteca.
Por otro lado, las familias
lingüísticas pueden dividirse en subgrupos o subfamilias. Siguiendo
con el ejemplo de la familia romance encontraremos dentro de la
subfamilia occidental, entre otros, el grupo italo- romance en el que
se integra el subgrupo italiano.
El subgrupo
italiano lo conforman las siguientes lenguas: italiano estándar
(toscano literario), piamontés, lombardo, bergamasco, genovés,
véneto, emiliano-romañol, marquesano, umbro, toscano, romano,
abruzés, napolitano-calabrés, salentino, siciliano, corso, galurés
y sasarés.
Otros de los subgrupos de la parte
occidental serían el galorromance, al que pertenecen el francés y
el provenzal, y el iberorromance en el que se integran lenguas como
el español o portugués.
Muchas familias lingüísticas se
agrupan en unidades mayores (macrofamilias), ya que las familias y
lenguas integrantes se consideran emparentadas de modo más lejano.
Las lenguas de la familia bática
(lituano y letón), y las lenguas de la familia eslava se suelen
agrupar en una macrofamilia llamada bal-eslava, y las familias
snítica, de donde es el chino, y tibetana (con lenguas como el
tibetano y el birmano) se agrupan en la macrofamilia sinotibetana. La
familia quechua se une con la aimara y componen la macrofamilia
andina.
A veces, las macrofamilias se pueden
agrupar en un conjuntos de lenguas más grandes aún: los filos.
Las familias germánica, balto-eslava,
celta, itálica, griega, armenia, anatolia, indoaria y otras más,
conforman el filo indoeuropeo.
Los filos pueden agruparse en
macrofilos. Se ha llegado a proponer que los filos indoeuropeo,
urálico ( que incluye la familia fino-ungria) y altaico (que incluye
la familia túrcica) están relacionados genéticamente; por lo tanto
deberían agruparse en un maro-filo denominado euroasiático.
Si se consideran que los macrofilos
están genéticamente emparentados existe la posibilidad de
agruparlos en un grupo aún mayor: mega-filo.
Se ha propuesto que el macro- filo euroasiático está
emparentado genéticamente con la familia kartuélica (con el
georgiano como lengua más conocida) y el filo afroasiático (con la
familia semítica como una de las integrantes). Se obtendría así,
el megafilo nostrático.
Veamos, a continuación, los diversos
grupos genéticos del español:
-Megafilo: Nostrático
-Macrofilo: Euroasiático.
-Filo: indoeuropeo.
-Macro-familia: Itálica.
-Familia: Romance.
Sub-familia: Iberorromance.
Lógicamente, cuanto más extensa es la
clasificación más difícil se vuelve la empresa y más inseguro su
resultado. A partir del nivel macro-filo, los fundamentos que prueben
el parentesco genético entre lenguas se van volviendo cada vez más
escasos (no queriendo decir esto último que no existan tales bases o
fundamentos).
Pero las clasificaciones tan amplias no
están libres de controversia. Escasísimos especialistas llegan a
aceptarlas.
Es unánime que todos los especialistas
'inserten' el español dentro del filo indoeuropeo y en la familia
romance (no existe duda al respecto), pero concebir que el español
está ligado genéticamente con el húngaro (por su pertenencia al
macrofilio euroasiáico), o con el hebreo (por su pertenencia al
megafilo nostrático), es una propuesta aislada que escasos
lingüísticas aceptan.
A pesar de la problemática, hay
algunos investigadores que no renuncian a la dificultosa tarea,
proponiendo, incluso, gigafilos.
Éstos serían diversos macrofilos
emparentados que proceden de una lengua ancestral común.
Algunos gigafilos propuestos
recientemente son:
- Giga-filo sino-caucásico. Propuesto por Sergèi Starostin en 1984. Filos y macros-filos que incluye: caucásico septentrional, yeneseico y sino-tibetano.
- Giga-filo dené-caucásico. Propuesto por S. Nikolayev en 1989. Filos y macro-filos que incluye: caucásico septentrional y nadené.
- Giga-filo amerindio. Propuesto por J. Greenberg en 1987. Filos y macro-filos que incluye: todas las familias lingüísticas de América exceptuando la familia na-dené y la esquimal-aleutiana.
En palabras de Greenberg, la
clasificación genética tiene tres características fundamentales:
necesidad, exhaustividad y univocidad.
Es necesaria porque no pueden existir
varias posibles clasificaciones genéticas según los criterios
observados en la lengua.
No se podría mostrar que el español
procediese de otra familia que no fuese la romance mediante otro
criterio genético. Proponer que el español es una lengua semítica
por poseer en su léxico un gran número de palabras árabes sería
un sin sentido, aunque se estableciese como criterio de parentesco
genético el compartir cierto vocabulario. Por lo tanto, si se
barajan dos clasificaciones genéticas, una sola será la correcta.
La exhaustividad reside en el hecho de
que toda lengua puede ser clasificada en un grupo genético. Cuando
no se obtiene respuesta sobre la procedencia de esa lengua y no puede
ser clasificada genéticamente, se debe sólo al desconocimiento de
su historia, y no a que esa lengua carezca de ella.
Por último, la univocidad consiste en
que una lengua sólo puede pertenecer a un grupo genético.
Las lenguas criollas podrían escapar
a este requisito por proceder de una mezcla de distinta filiación
genética. Pero debemos tener en cuenta que una lengua criolla
presenta un claro predominio de uno de los idiomas que conforman la
mezcla, por lo que siempre podría agruparse, sin problemas, en el
grupo genético al cual pertenezca la lengua dominante.
La univocidad está determinada por el
hecho de que el cambio lingüístico es de modo no marcado divergente
y no convergente.
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